Este lunes tuve la oportunidad (sí, para mí fue oportunidad, para otros, lamentablente es una muy fuerte realidad), de experimentar, en un evento de beneficencia, el cómo es la vida de los ciegos. Esto fue en un formato bastante interesante: una cena a total oscuridad.
No sabía si ya había tirado la mitad de la ensalad en el mantel (o sobre mí), o si me quedaba comida en el plato. Pero lo disfruté mucho. Más disfruté la plática con los totalmente desconocidos que tuve a mi alrededor. Desconocidos, porque ni siquiera les pude ver la cara.
Eso fue lo que más me gustó. Haberme desconocido y haber desconocido a los otros. Estereotipos visuales (que bueno, aunque uno no quiera, aparecen hasta con la imaginación) que no se aparecen y que permiten que otros sentidos (como el del habla, el escuchar y poner atención), se vean más desarrollados.
Deberiamos aplicar ese principio más seguido. El desconocernos y desconocer a los demás, para podernos concer mejor a (nos)(los) otros.
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Esta semana fui con una amiga al museo Tamayo. Debo admitir que fue una experiencia interesante y frustrante a la vez. Interesante, porque cerraron el museo a un grupo de personas (al que tuve la suerte de ser invitado) y tuvimos la suerte de que los directores y curadores del museo nos detallaran el por qué de las piezas y la explicación de por qué estaban ahí. Frustrante, porque no entiendo por qué es necesario que un experto en arte, por 30 minutos te explique una obra y por qué está ahí. ¿No debería el arte hablar por sí mismo? Creo que como en la publicidad, la música, el cine, los negocios, las zonas residenciales, las marcas, las ciudades, etc, etc, etc. hay tantas cosas taaaaaaan sobrevaluadas!
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Hoy me tocó experimentar algo nada agradable.
Mi vecino (al cual he visto sólo un par de ocasiones), estaba agrediendo verbal y físicamente a su esposa. Los gritos y el llanto se escuchaba hasta el interior de mi departamento. Decidí hacer algo por lo que hablé con los "policías" que cuidan mi edificio. El "poli" estaba pasmado, sin opinión, y lo peor, sin acción. Marqué yo entonces a la policía (claro que tuve que marcar yo, porque los "policías" que resguardan nuestra seguridad habitacional, no cuentan con saldo en su celular. 'tan buenos para traer la muerte!). Los oficiales llegaron en 5 minutos. Dos hombres armados se acercaron a la puerta de mis vecinos. Tocaron a la puerta. La mujer abrió y llorando, contestó reprochó a los polícias que qué hacían ahí, ya que sólo estaba teniendo una "discusión" con su esposo. Los policías sin poder hacer nada, se marcharon. Los gritos y el llanto dejaron de escucharse.
Treinta minutos después, el grito desesperado de "por favor ya no me maltrates", combinado con el sonido de la piel que es golpeada con fuerza, volvieron a llamar mi atención. Volví a marcar a la policía. Esta vez, no llegaron rápido. Cuando llegaron, no tocaron a la puerta de mis vecinos, sino a la mía. Mientras abría, se podían escuchar los gritos y el llanto de mi vecina. Los policías en lugar de enfocarse en eso, se centraron en explicarme el por qué no podían hacer nada. Le spedí que por lo menos volvieran a tocar a la puerta de ellos para ver si servía como una especia de gas lacrímogeno que dipsarciera el enojo irracional de mi vecino. No me hacen caso. Se marchan. Me dejan sóloy con los gritos.
Me decido a hacer algo más. Llamo al Instituto Nacional de las Mujeres para ver si ellos me pueden dar alguna solución. Me explican que nadie más que la policía, puede hacer algo. Pero que sólo pueden hacer algo cuando ya sea, la mujer llama pidiendo ayuda, o si cuando llega la policía, la mujer los deja entrar. del INMUJERES me despiden amablemente con una encuesta de servicio, incluyendo la pregunta de que si hablo alguna lengua indígena.
Los gritos siguen. Ahora puedo descifrar un poco acerca de lo que desató la furia. Es el reclamo de la mujer al marido que tuvo relaciones con la (una) muchacha, y que al parecer, dejó embarazada. El hombre, con olor a alcohol hasta el pasillo, no hace más que contestar con reacciones animales, los reclamos de su mujer.
Bajé de nuevo con el "poli". Cuando bajo, la mujer se asoma por la ventana. Llora. Subo y todo es silencio.
Al final nadie pudo hacer nada. Y así como ésta historia de impotencia, tristemente hay millones todos los días y en todos lados.
No pude ver, pero a través de lo que pude escuchar, experimenté algo que me hizo que me doliera el estómago de una forma que no me había dolido antes.
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