Hay desde los casos en que, lamentablemente, al chamaco lo golpean por cualquier "mal comportamiento" (que más bien creo que es por puritita envidia de los padres de querer berrear en el súper, sacarse malas calificaciones en el trabajo, o irse a la cama sin bañar), y eso, termina siendo, así como en un ejercicio de perro de Pavlov, en disque "calmar" o "cambiar" dicho comportamiento, pero sin saberlo, afectando al chamaco en sus futuras relaciones.
También están esas que se basan en el arte fallido del cortejo. El hecho de que uno le tire el can con tanto impetu a alguien y que ese alguien le diga fingiendo su propia voz: "hmmm ella no está, se fue al rancho y regresa en un mes", termina por afectarlo a uno en el futuro cortejo con el sexo opuesto.
Bueno, la verdad es que si sigo con la lista de ejemplos de traumas infantiles, pues todos sabemos que nunca terminaríamos y más bien terminaríamos llenándonos la cabeza con una botellas de valiums, tafiles, zolofts y todo tipo de antidepresivos y con suerte, no terminando como el pobre guazón, Heath Ledger.
De las cosas que puedo nombrar que sé que me marcaron y me siguen "afectando" en mi adulta edad (que de adulto nada más la edad, eh! porque lo demás, no sé), es el de las celebraciones de fiestas cumpleañeras.
Cuando era yo un chamaco de apenas 6 años, recuerdo que mi madre, con el impetu de festejar como buena madre a su pequeño muchacho en su primera fiesta de primaria, me preguntó que qué quería hacer en mi cumpleaños. Yo respondí que una piñata en la casa. Me preguntó que si quería algo pequeño y yo respondí "no madre, que sea un pachangón de aquellos, de esos que al día siguiente ninguno de los invitados se acuerde que tomó y por donde le pegó la piñata". Bueno, no creo que lo haya dicho con estas palabras, pero seguro en mi párvula mente, eso fue lo que quise decir. Mi madre entonces organizó todos los preparativos y armó junto comnigo la lista de invitados que uno a uno, le fui yo dictando. Me mandó pues con las invitaciones a la escuela, de esas de "te invito a mi festa" (que si no mal recuerdo, eran de los TransFormers). Las invitaciones fueron repartidas una por una. Emocionado, llegó el 28 de febrero, y como diría Joaquín Sabina: "y nos dieron las diez y las once, las doce, la una y las dos y las tres". Y de los invitados que yo había elegido y entregado en propia mano con un RSVP de gran esperanza e infantil inocencia, pues muchos no llegaron.
Confiado en que podía haber sido un error de agenda, de dedo, o que de plano era culpa de las mamás huevonas que no llevaron a sus hijos, seguí intentando celebrar mi cumpleaños. La historia se repetía. Lamentablemente ya no era la huevonez de las madres, si no lo que yo quiero pensar, la costumbre mexicana de nunca aparecer peri siempre diciendo "simón, le caigo". Cada vez, aunque tratara de ignorarlo, me "pegaba" más. Me negaba a pensar de que no iban por hueva, sino que yo les pudiera dar hueva! Por lo que traté de evitar futuras confusiones de que si era su hueva o la de mi persona y desde hace como 14 años, dejé de celebrar mi cumpleaños.
Creo una de las cosas más tristes que le pueden pasar a un niño, es que sus invitados a su primera fiesta (o la primera de la cual tiene conciencia), y todas las consecuentes, lo dejen a uno plantado.
Este 28 cumplo 28. Tal vez debería celebrarlo como si tuviera 6 años y decir "que sea un pachangón de aquellos, de esos que al día siguiente ninguno de los invitados se acuerde que tomó y por donde le pegó la piñata", ya que pues nunca se repetirá la ocasión que cumpla 28 el 28. Pero extrañamente me sigue asustando el espíritu de los cumpleaños pasados y que ahora se presente en forma de "había un chingo de tráfico" "Tenía un chingo de trabajo" "me habló mi novia", y que de nueva cuenta, los invitados a mi "piñata", no lleguen.
¿Infantil?. Tal vez. Pero sigo sin festejar mi cumpleaños.
Así que a todos aquellos que sin la necesidad de una tarjeta de los TransFormers diciendo "te invito a mi fiesta", me hablaron, me mandaron un sms, un mail, me dejaron un mensaje en facebook, o que pasaron a dejarme un cálido abrazo al momento de pasar por mi escritorio (agredecidamente, el día de hoy lleno de coloridos globos), realmente, como diría ochentera campaña publicitaria para fomentar el consumo de la miel, les digo: "miel gracias". (Chale, que cursi!).
A una de mis amigas de la universidad le pasó algo similar. Nos invitó a la primera fiesta que hacía de cumpleaños (sin contar las infantiles). Fué horrible. Cuando algunos empezaron a decir que no iban, los demás se le unieron y aquelló parecía un "efecto dominó". Se quedó esperándonos con los refrescos, las chelas, la música, las sillas en el patio. Ese día yo me había peleado con el chico con el que andaba en aquella época y no fui a la fiesta. No llegó nadie.
Nos reclamó por no ir y todos nos sentimos culpables, al año sigueinte volvió a hacer una fiesta, pero nos amenazó y ondas por el estilo, y pasó casi lo mismo. No sé, además tuvo problemas y enemistades con la mayoría de los compañeros. Al año siguiente hizo lo mismo y cada vez se volvó más insistente, y la situación más incomoda...y es que a fuerzas ni los zapatos entran...se dió por vencida y no organiza fiestas de cumpleaños.
A la fecha sigue con el trauma.
Sí a los 20 años es traumante, no imagino cómo debe ser en la tierna infancia...que triste...ahora nomás deberías de decirle a los cercanos "chelas hoy en mi casa, dile a quein quieras" y verás como de la nada sale la fiesta. A mí me funcionó, nunca había hecho una fiesta y sin organizarla ni planearla nos divertimos mucho y estuvo 2-2 chida.
Tal vez tengas razón defeña salerosa, aunque debo decir que esa frase de "chelas hoy en mi casa, dile a quien quieras" me causa también un poco de miedo. Tal vez 29 el 28 me atreva! :)