Al principio me "molestó" (no sé si llamarle molestia), que mi padre compartiera de forma tan activa un plan (que repito, no llega ni a la palabra "p") tan personal. Pero después reflexioné y me dí cuenta que todos formamos parte de los sueños de los otros, especialmente, de las personas que más nos importan y que tenemos cerca. Nos volvemos cómplices. Cómplices de acción o de comprensión, pero al fin de cuentas, cómplices. Y como cómplices queremos que ese sueño se haga. Me he dado cuenta que de alguna u otra forma también he sido cómplice (o que querido y quiero ser cómplice) de sueños de otras personas que me entusiasman si se cumplen, o me frustran si no se inician. No tendría por qué, al fin y al cabo, no son mis sueños, pero me dí cuenta que al momento que esa persona los dice, los habla, los expresa, aunque sea en un arranque incontrolado de rebeldía, uno se vuelve parte del nacimiento de algo grande (aunque el sueño sea pequeño, un sueño siempre es algo grande). Es a lo que me imagino ha de sentir un extraño, que por sin razones justificadas, tiene que presenciar o asistir el nacimiento de un bebé en plena vía pública o transporte público (como hemos visto en la televisión). Esa persona ni conoce a la madre, ni sabe de dónde viene, ni dónde está el padre, ni si el hijo fue planeado o no, o si ese bebé va a llegar a ser lo que la madre piensa que será. Uno no sabe nada, pero por el simple hecho de presenciar el nacimiento, se vuelve parte de la vida de ese bebé.
Así creo que sucede con los sueños.Y pues todos los nacimientos de sueños ajenos que me han tocado presenciar (en la vía pública o en la más privada), yo quiero que se conviertan en hechos.
Esto me lleva a pensar un par de cosas más. La primera es que los sueños, al momento de expresarlos (aunque sea sólo a nosotros mismos), ya no son más sueños, ya son el primer paso a la realidad, que es cuando esos sueños cumplen su propósito de vida. Y la segunda cosa que viene a mi mente con esto, es una especie de cadena evolutiva de la realidad (la que existe, no la que se piensa) del ser humano. Uno nunca debe decir lo que no siente, y mucho menos, dejar de decir lo que sí siente. Pero lo que no debemos dejar que nunca suceda, es que aquello que digamos, no se haga. Si decimos que amamos, demostrarlo. Si decimos que extrañamos, hacerlo. Si decimos que adimramos, hacerlo. Si decimos que perdonamos, hacerlo. O sea que si seguimos la lógica de las cosas, un sentimiento no existe por nombrarlo, sino sólo cuando se materializa en una accíon.
Y si seguimos con la lógica anterior (un tanto simple, pero lógica al fin y al cabo), un sueño no existe hasta que se materializa en una acción. Por lo tanto si soñamos, hagamos. Ya que cuando los sueños nacen al ser expresados, quienes presencian ese nacimiento y el mismo sueño, están esperando el siguiente paso. Si ese paso no se realiza, tendremos un aborto de acción y por lo tanto, la falta de nuevas y mejores realidades.
¿Quién sabe andar en moto para que me enseñe?
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